sábado, 5 de julio de 2008

Enredos


En la caotica serenidad con la que vislumbro la resolución algoritmica de mi situación y la respuesta evidencia una huida tangencial, (esa con la que me elevo y no quiero bajar).
Un soplo de pesadas exigencias hacen que en lo que no tengo control sean una suerte de efemérides aisladas y talladas en el fondo de las enredadas bobinas de recuerdos.

sábado, 26 de abril de 2008

La cara oculta

Vitacora del capitan.

Recomendació: En estado de exeso cansacion evitar.

1: Tratar que alguien comprenda tus cambios de animos (lograras cagarte mas de odio)
2: Cualquier cosa que tenga que ver con relaciones, amores, lo que sea (terminaras diciendo esas boludeces que seguramente no tenias planeado o de confesarte.)
3: Creo que lo mejor seria evitar cualquier contacto con la humanidad, por lo menos hasta dormir las 12 hs reglamentarias para estos caso.

domingo, 13 de abril de 2008

-(...)La teoría de ella, la gran teoría de su vida, la que la mantiene en vigor es que la felicidad, la verdadera felicidad, es un estado mucho menos angélico y hasta bastante menos agradable de lo que uno tiende siempre a soñar. Ella dice que la gente acaba por lo general sitiéndose desgraciada, nada más por haber creido que la felicidad era una permanente sensación de indefinible bienestar, de gozoso éxtasis, de festival perpetuo. No, dice ella, que la felicidad es bastante menos (o quizá bastante más, pero de todos modos otra cosa) y es seguro que muchos de esos presuntos desgraciados son en realidad felices, pero no se dan cuenta, no lo admiten, porque ellos creen que están muy lejos del máximo bienestar. Es algo semejante a lo que pasa con los desilusionados de la Gruta Azul. La que ellos imaginaron es una gruta de hadas, en cambio llegan allí y se encuentran con que todo el milagro consiste en que uno mete las manos en el agua y se las ve levemente azules y luminosas.-
(...)
-Y vos, cómo te sentís?- pregunté, -como si te vieras las manos levemente azules y luminosas




Mario Benedetti - La Tregua

domingo, 11 de noviembre de 2007

En el subte (Juilio Cortazar) - Fragmento


Ahora que lo escribo, para otros esto podría haber sido la ruleta o el hipódromo, pero no era dinero lo que buscaba, en algún momento había empezado a sentir, a decidir que un vidrio de ventanilla en el metro podía traerme la respuesta, el encuentro con una felicidad, precisamente aquí donde todo ocurre bajo el signo de la más implacable ruptura, dentro de un tiempo bajo tierra que un trayecto entre estaciones dibuja y limita así, inapelablemente abajo. Digo ruptura para comprender mejor (tendría que comprender tantas cosas desde que empecé a jugar el juego) esa esperanza de una convergencia que tal vez me fuera dada desde el reflejo en un vidrio de ventanilla. Rebasar la ruptura que la gente no parece advertir aunque vaya a saber lo que piensa esa gente agobiada que sube y baja de los vagones del metro, lo que busca además del transporte esa gente que sube antes o después para bajar después o antes, que sólo coincide en una zona de vagón donde todo está decidido por adelantado sin que nadie pueda saber si saldremos juntos, si yo bajaré primero o ese hombre flaco con un rollo de papeles, si la vieja de verde seguirá hasta el final, si esos niños bajarán ahora, está claro que bajarán porque recogen sus cuadernos y sus reglas, se acercan riendo y jugando a la puerta mientras allá en el ángulo hay una muchacha que se instala para durar, para quedarse todavía muchas estaciones en el asiento por fin libre

Julio Cortazar

martes, 9 de octubre de 2007

Capítulo 7 - Rayuela

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua







Julio Cortazar

viernes, 28 de septiembre de 2007

El caminante (V)

Recién en el otoño volví a ver a la mujer de la calle Bogotá. Salía al caer la noche y yo caminaba a su lado trenzando frases ingeniosas hasta que ella me pedía explícitamente que la dejara en paz.
Por fin, al cabo de largas semanas de humillación, conseguí que se sentara conmigo en un banco de la estación de Flores. Supe su nombre: María. Casi no me dijo otra cosa. Me escucho distraídamente durante algunos minutos y después se fue.
A partir de entonces mi guardia frente a la casa se hizo perpetua. La acechaba sin disimulo. Gracias a mi pertinencia pude lograr que aceptara modestas invitaciones. Al menos una vez por semana, nos sentábamos a conversar.
Ella advirtió inmediatamente que tenía poder sobre mí. Y encontró solaz ejerciéndolo.
Solía indagar con fervor la naturaleza de mis sentimientos, empujándome a la confesión.
Fingía dudar de mi sinceridad y me obligaba a la promesa y al juramento. Entonces, cuando yo esperaba la revelación de su amor, cuando yo creía que iba a besarme me hablaba de otros hombres o de asuntos sin importancia o se iba.
En mi estupidez, insistía en hacer ostensible mi desesperación. Me le mostraba tétrico, vencido. Coqueteaba con mi desdicha y lucía ese ingenio resentido de los que creen que su fracaso es injusto.
Cuando María calculaba que mis fuerzas se iban agotando, encendía mi esperanza con mínimas señales de afecto. El sólo roce de su mano me ilusionaba de un modo vergonzoso. Los pocos amigos que aún me quedaban debían soportar tediosos informes sobre el asunto.
Una tarde de invierno yo vigilaba bajo la lluvia. Hacia semanas que no veía a María. Estaba sucio y mal dormido. Temblando de frío, murmuraba, a modo de ensayo, unos reproches siniestros que venía preparando. Tamas Dorkas llegó gambeteando baldosas flojas.
- Ya está. El cuarto milagro está cumplido. Encontré a un hombre que ama a la hechicera más que yo.
- ¿ Y quién es ese estúpido?
- Usted.

Alejandro Dolina

lunes, 24 de septiembre de 2007

Los Recolectores de Naranjos

Los recolectores de naranjos son unos seres algo, yo diría que muy peculiares. No se los ve mucho, es mas, solo aparecen en cierta época del año, normalmente a fines del invierno y principios de la primavera cuando los naranjos del Barrio Sur están a pleno. A los recolectores de naranjos nadie los conoce. Suelen casi siempre ocultar sus rostros y sus cabezas, de tal manera que solo se les vean sus grandes ojos. Es así que muchas veces se los suele confundir con ladrones, pero a diferencia de estos los recolectores trabajan a plena luz del día, y aun así nadie se les acerca. Será que algún tipo de miedo desconocido provocan, pero se lo ve durante casi un mes recorriendo el barrio con sus escaleras y bolsas negras colgadas al cuello.


Estos seres poseen algún poder del mas allá que al adentrarse entre las ramas de los naranjos, estos tiemblan y se sacuden, de tal forma que ni siquiera es necesario tocar sus frutas… estas solas caen sin mas remedio.


Hay que tener cuidado en pasar por ahí cuando esto sucede, porque una que otra naranja puede aterrizarte encima y no es nada agradabel su perfume acido y sus jugos pegajosos, se los digo yo y mi desafortunada experiencia.


Una vez que las naranjas se encuentran en el suelo, los recolectores, con un rápido movimiento de manos las recogen todas y las colocan en enormes bolsas que luego las dejan a un lado del árbol para repetir la tarea en el siguiente.


Nadie sabe en realidad con que fin recolectan las naranjas. Una vez Gerardo Pulido de Cabeza, quien vive al frente de dos enormes naranjos en la calle Buenos Ares fue a preguntarles, nunca contó lo que le dijeron pero a las dos semanas coloco una verdulería en su casa llamada “La Sorpresa